Es hora de que los judíos sepan quién es Daniella Weiss y de qué se trata el movimiento settler

Desde joven he sentido una profunda admiración por el pueblo judío, su cultura y su historia.

Entre mis antepasados de principios de siglo XX hubo árabes palestinos; soy heredero de un apellido (el materno) que es relativamente común en Belén. Nunca en mi familia se enseñaron rencores ni prejuicios, y mi experiencia de vida me llevó a conocer muy de cerca a la comunidad judía de Chile y la gran historia de los judíos en el mundo.

En ese encuentro descubrí valores e intereses que siempre resonaron con los míos: la dedicación al estudio y la erudición, la capacidad de reflexión crítica, el arte, la literatura, la música, la ciencia, y la insistencia en buscar justicia en un mundo a menudo indiferente.

Escribo aquí, porque mis reflexiones no encajan en ninguno de los medios tradicionales. Los medios, en definitiva, son instituciones que deben cuidar su reputación. Y nadie quiere, nunca, ser tildado de antisemita. El antisemitismo (o mejor llamado judeofobia) existe realmente —he sido testigo de ello— pero la línea entre el odio irracional y la crítica constructiva no siempre está bien definida. Yo, sin embargo, le tengo menos miedo a la acusación de “antisemitismo”, pues llevo años construyendo un debate directamente dirigido a separar las aguas. Me enorgullezco en decir que nadie puede, en conocimiento de mi pensamiento y mi historia, acusarme a mi, de antisemita.

Hoy escribo con motivo de la reciente entrevista de Piers Morgan a Daniella Weiss, líder del movimiento settler (de colonización judía de Cisjordania). En dicha entrevista, en ella, Morgan le pregunta, con insistencia y claridad, cómo se siente frente a la cifra de 20.000 niños muertos en Gaza. Weiss no responde. Cambia el tema. Habla de otras cosas. Nunca pronuncia una sola palabra de duelo. Ni siquiera se puede decir que intenta justificarse, y de hecho pareciera que ofrece advertencias y amenazas.

El silencio de Weiss no me sorprende. Su trayectoria está marcada por posturas extremas, como vimos en otra columna aquí. En @orienteantiguo he conocido muchas personas así; incapaces de responder una simple pregunta debido a la estrechez de su campo visual. He visto el mismo tipo de convicción irracional, juicios y prejuicios carentes de empatía, en personas que se han refugiado en la religión para sobrellevar el sufrimiento diario que es la vida. La moralidad que todos normalmente consideraríamos “terreno común de la humanidad”, incluso en estas personas es incierto. Y lo vemos claramente en las respuestas y la expresión facial de Daniella.

Por mis simpatías judías me han preguntado si “soy sionista”. El sionismo ha cometido abusos y crímenes para alcanzar sus objetivos, pero la idea original, en su versión más pura no me parece en principio tan descabellada. El movimiento setller que hemos visto desde los 1990s, y del cual Weiss figura como una especie de “abuela”, es un desvío del sionismo original.

Aquí es donde los caminos convergen con otro de los debates intelectuales que desarollo en @orienteantiguo : cuestionar la noción de que la Biblia (incluyendo la Biblia Hebrea) es de alguna manera “Palabra de Dios”. Primeros en este tipo de pensamiento son los cristianos protestantes, que en sus devocionales y alabanzas parecen inofensivos. Pero no olvidemos que el movimiento settler, que hace tantos años acosa, agrede, hostiga, humilla, intimida, y usurpa a los residentes palestinos de Cisjordania, actúa en base a la misma matriz ideológica. Ante esta realidad, los evangélicos muestran apatía, ignorancia voluntaria, y defensa incondicional a Israel, el país que lleva el mismo nombre que “el pueblo de Dios” según la Biblia.

Siempre he criticado, con distintos recursos mediáticos, a quienes usan las escrituras llamadas sagradas como autoridad moral última o como justificación de sus actos. Y esta crítica no es simplemente “burlarse de los evangélicos”, como algunos creen que hago cuando me ven haciendo muecas en reels de Instagram. El objetivo de cada video que publico nunca es la burla, sino que conlleva detrás el inicio de un debate intelectual. Existe un problema moral mucho más profundo: cuando los libros antiguos se convierten en escudo para evitar la autocrítica y la empatía.

El problema a plantear es el siguiente: quien cree que Dios le entregó una tierra “por derecho divino” se atribuye cierta invulnerabilidad ante el sufrimiento de otros quienes no pertenecen a la comunidad propia. Y cuando eso ocurre, la posibilidad de construir un futuro compartido desaparece. No se trata de atacar la fe en lo personal o espiritual. Se trata de advertir el peligro de construir identidades colectivas basadas en revelaciones incuestionables.

Por eso defiendo una solución a largo plazo que va más allá de la política y las fronteras: una educación secular, racional, no dogmática. Una educación que no enseñe a los niños a pertenecer a un pueblo elegido, sino a cuidar de todos los “pueblos”, una historia compartida donde la humanidad paleolítica de cien mil años atrás sea igual de importante que la Edad de Hierro (época biblica), y que la Antigüedad grecorromana en la que vivieron Jesús y Pablo de Tarso. Una educación no sólo secular sino que idealmente no-creyente, que invite a las nuevas generaciones a pensar por sí mismos, a escuchar al otro, y a dudar incluso de sus propias convicciones. Donde la afiliación identitaria no sea a cada tribu sino a la humanidad misma: la historia de nuestra especie, con sus momentos de orgullo y de vergüenza.

En recientes años he sido crítico con los judíos. Y lo seguiré siendo, porque creo que la crítica honesta es una forma de respeto. Pero también me he enfrentado al costo: valiosos seguidores que han optado por unfollow, e incluso amigos judíos se han alejado de mí, quizá interpretando mi crítica como traición o “cambio de camiseta”. Quisiera decirles que no es así. Que sigo admirando profundamente a quienes, desde dentro de su pueblo, se atreven a decir “esto no está bien”. Que si alzo la voz, es precisamente porque me duele ver cómo una tradición ética tan rica puede ser traicionada por el silencio.

Yo me pregunto, ¿cuántos jóvenes de la Comunidad, del Instituto Hebreo, de Maccabi, del Estadio Israelita, conocen quién es y cómo piensa Daniella Weiss? Cuántos conocen de qué se trata realmente el movimiento settler. Y si esque, y en que medida, han sido adoctrinados o no, por la generación de adultos que le antecede, respecto al valor de la Biblia como documento de propiedad territorial.

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